Les quiero compartir que la inteligencia emocional ha sido un tema que a lo largo de mi carrera como docente me ha interesado mucho y sobre el cual he investigado y profundizado.
Te quiero compartir esto que escribí:
¿SOY
EMOCIONALMENTE INTELIGENTE?
¿Te consideras inteligente? me imagino que en este momento haces un
recorrido por tus habilidades lógico-matemáticas, de lectura, de tus logros
académicos o tal vez, recuerdes el resultado de algún examen en el que
evaluaron tu Coeficiente Intelectual. Y ahora, contéstate a ti mismo con
honestidad: ¿soy emocionalmente inteligente? Sé que encontrar una
respuesta clara y sincera no es fácil, ya que la mayoría de las personas, sobre
todo los adultos, creemos que la madurez o el manejo de las emociones es un
derecho que se gana o se merece con los años, corriendo el riesgo de
jamás alcanzar una verdadera Inteligencia Emocional.
A diferencia de los sentimientos
(que son elaboraciones procesadas por la mente), las emociones son netamente
biológicas: Filliozat, (1997), afirma que nacemos con ellas de forma básica:
miedo, alegría, tristeza, enojo y afecto. La palabra emoción está
formada de la raíz latina “motere” del verbo mover y del prefijo “e”
que indica alejarse o “movimiento al exterior”. Por lo tanto, la semántica
misma de la palabra explica que toda emoción lleva implícita una tendencia a
actuar. Si reprimimos o sobredimensionamos nuestras emociones, éstas nos
oprimen, nos enferman, o más tarde nos generan conductas desproporcionadas e
impulsivas, dañándonos a nosotros mismos y a los demás. A veces hemos sido
testigos o protagonistas de alguna de estas escenas: la mamá que jalonea a su
hijo, el señor inflexible en el mostrador de algún medio de transporte, la
señora grosera con la cajera del supermercado, los padres de familia que
amenazan y alzan la voz al profesor de su hijito, la amiga tan querida que dejó
de serlo por haber expresado alguna opinión no compartida, el joven que no pudo
sobreponerse a aquella terrible adversidad, la amiga servicial e incapaz de
usar la palabra “no”, esta persona de rostro inmutable a pesar de los problemas
que enfrenta. Estas situaciones son mínimos ejemplos que indican que el
Coeficiente Emocional está fallando o no está correctamente cultivado. Sentir
emociones es perfectamente normal y además tenemos todo el derecho a
experimentarlas, sin embargo, como ya lo había dicho Aristóteles sobre la
furia: “Cualquiera puede ponerse furioso, eso es fácil; pero estar furioso
con la persona correcta, en la intensidad correcta, por el motivo correcto, en
el momento correcto y de la forma correcta, eso no es fácil.” Esta cita
puede referirse a todas las emociones humanas.
Goleman (2000), asegura que el
Coeficiente Intelectual (el que se mide con el famoso IQ) sólo determina un
veinte por ciento en los logros en la vida de un ser humano; este autor ha
encontrado que el ochenta por ciento faltante para que esta ecuación dé como
resultado un éxito verdadero en la vida, es proporcionado por el Coeficiente
Emocional. No todos nacemos con la capacidad de manejar con destreza nuestras
emociones, pero ¿sabes qué? sí podemos aprenderla. Las personas emocionalmente
inteligentes, sinceramente, sobresalen, nos caen bien y las respetamos, podemos
observar que son bienvenidas en casi todos lados, apoyan a los que los rodean,
reconocen y aceptan sus emociones, las manejan sin herir y sin dejarse herir;
se levantan de los golpes de la vida, son eficaces en su trabajo y en sus
relaciones personales. Estas cualidades les proporcionan ventajas en cualquier
aspecto de su vida ya que tienen más probabilidades de sentirse satisfechas,
plenas y de alcanzar sus metas.
Si piensas que necesitas aumentar
tus niveles de inteligencia emocional, puedes iniciar con un trabajo interno y
personal: ejercita la consciencia de tus emociones en el momento que aparecen;
identifica en qué parte de tu cuerpo se refleja dicha emoción (cabeza,
estómago, piernas, brazos, piel, etc.). Ponle un nombre a lo que sientes
(enojo, ira, alegría, tristeza, miedo). Trata de encontrar qué fue lo que
desencadenó tal emoción, para que puedas descubrir tus necesidades. Te
recomiendo que con inteligencia y mucha voluntad tomes la decisión de manejar
tú mismo esa emoción, para que ésta no te domine y te lleve a actuar de
forma poco constructiva. Descubre dentro de ti los motivos que justifiquen un
verdadero cambio en tu interior, en el empleo de tus emociones y tus reacciones
cuando éstas aparecen. Automotívate a través de la búsqueda de los valores que
mueven y le dan sentido a tu vida.
La siguiente parte en este
crecimiento personal involucra tus relaciones con los demás. Es muy importante
que empatices con las personas alrededor de ti antes de reaccionar, no las
enjuicies por su comportamiento y mucho menos interpretes a priori sus
acciones. Recuerda que todas las personas tenemos una historia y por lo tanto,
nuestras actitudes o palabras no van dirigidas a ti, no pienses que todo el
mundo tiene un asunto personal contigo, simplemente, los demás actuamos según
el manejo que le damos a nuestra propia historia. Cuando logres ponerte en
los zapatos de los demás, entonces podrás decir lo que piensas y sientes de
manera asertiva; así sabrás pedir lo que necesitas sana y constructivamente.
Estas breves y muy generales
recomendaciones son un pequeño inicio para que cultives tu Inteligencia
Emocional y la conviertas en un camino de vida; para que vivas consciente de
ti, de lo que pasa de tu piel hacia dentro, así como de tu piel hacia fuera.
Percíbete y constrúyete como una persona emocionalmente inteligente para que le
respondas a la vida y estés abierto a disfrutar la verdadera emoción y la
alegría que da vivir.
REFERENCIAS
André, C. y Lelord F. (2002). La fuerza de las emociones. Barcelona: Kairós.
Filliozat, I. (1997). El corazón tiene sus
razones. España: Urano.
Goleman, D. (2000). La inteligencia emocional.
(26 ed.). México: Vergara.
Märtin, D. y Boeck, K.
(2000). EQ
Qué es Inteligencia emocional. España: Edaf.